Durante el Renacimiento italiano, la arquitectura experimentó una profunda transformación intelectual que situó al dibujo y a la geometría en el centro del proceso proyectual. El reto que impuso la aparición de la artillería obligó a abandonar la defensa medieval basada en la solidez del muro y a desarrollar una nueva lógica de “resistencia por forma”. Esta transición convirtió la fortificación en un problema geométrico: los arquitectos debían analizar ángulos de tiro, trayectorias y blindajes mediante el dibujo antes de construir. Figuras como Francesco di Giorgio Martini y Leonardo da Vinci mostraron cómo la representación gráfica permitía experimentar, corregir y crear soluciones sin precedentes. En este contexto, el dibujo se consolidó como herramienta intelectual para comprender y transformar la realidad.
Al mismo tiempo, la recuperación de Vitruvio impulsó la invención de nuevas formas de ciudad. Como el tratado no incluía planos, los teóricos renacentistas interpretaron sus ideas a través de diseños circulares, radiales y poligonales que dieron origen a las conocidas ciudades ideales. Filarete, por ejemplo, concibió Sforzinda como una estrella perfecta inscrita en un círculo; y Palmanova, ya construida en el siglo XVI, materializó este principio geométrico aplicado a la defensa y al orden urbano. En estas propuestas, la ciudad no solo debía ser funcional, sino también expresión del poder racional y del ideal humanista de armonía.
Este pensamiento geométrico transformó también ciudades históricas. Pienza, diseñada para el papa Pío II con el asesoramiento de Alberti, estableció un nuevo modelo de plaza renacentista basada en la proporción y la unidad visual. Vigevano, con la intervención de Bramante, creó una gran plaza porticada que sintetizaba tradición clásica y modernidad urbana. En todos estos casos, la plaza se convirtió en un instrumento para expresar orden cívico, identidad política y control social. La arquitectura dejó de ser una suma de edificios para convertirse en un sistema espacial coherente.
Incluso fuera de Italia, este modelo tuvo influencia. La Plaza del Arrabal, luego Plaza Mayor de Madrid, pasó por un largo proceso de regularización en los siglos XVI y XVII que homogeneizó fachadas, alturas y materiales, siguiendo el espíritu renacentista de crear un espacio público ordenado, simbólico y funcional. La plaza evoluciona así de mercado espontáneo a escenario ceremonial de la monarquía, reforzando la idea de que el espacio urbano es también un medio de representación del poder.
En conjunto, el Renacimiento redefinió la arquitectura al convertir la geometría y el dibujo en instrumentos fundamentales de análisis, diseño y control del territorio. Tanto en las nuevas fortificaciones como en las ciudades ideales y las plazas públicas, la forma geométrica se convirtió en expresión del pensamiento racional y del nuevo papel del arquitecto como creador intelectual. El legado de este periodo aún es visible en la manera en que concebimos el espacio urbano y en la idea moderna de que dibujar es una forma de pensar.
